Fernando Schiefelbein
Sólo tengo buenos recuerdos de esta experiencia llamada Atletas para Cristo, todo comenzó cuando un día Orlando nos fué a invitar a la sala de clases de Aventuras Misioneras a entrenar para un futuro campeonato entre iglesias acá en Santiago. Yo, amante del fútbol, fui. Antes no había jugado por ningún equipo ni tenía una posición definida. Llegué con 11 años (si mal no recuerdo) y con ganas de atajar, así que entrene como portero, no tenía ni buen físico ni buen juego, pero los profes vieron algo en mí y me siguieron entrenando y apoyando. Me sentía muy motivado por el grupo, los profes y el ambiente, donde se recalcaba siempre que nuestra prioridad era alabar a Dios antes que ganar campeonatos,y copas.
Mientras pasaba el tiempo fui adquiriendo un buen nivel a costa de mucho entrenamiento y sacrificio, los profes siempre estaban ahí, animando, aconsejando y preparando. Gracias a todo ello al final del proceso llegué a un muy buen nivel futbolístico que me permitió jugar una liga de adultos como titular, teniendo tan sólo 17 años. También me llevo a jugar por Palestino, y a jugar por la selección de mi universidad actualmente. Todo esto gracias a Dios primero, a la familia y a Atletas para Cristo. Siempre recalco que sin ellos no habría conocido mi pasión bajo los tres palos, ni habría logrado tener una buena condición física ni un buen nivel. Fueron claves tanto en mi crecimiento futbolístico y espiritual. Más que profes terminaron siendo familia y hermanos que tendré para siempre a pesar de la distancia, me acompañaron durante mi niñez, adolescencia y lo hacen ahora en mi juventud, a pesar de que ya no estoy en el proyecto y estamos en distintas regiones de Chile, eso es lo lindo: las enseñanzas, la familia y el cariño que queda 


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